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Adolfo Bioy Casares
Arturo Suárez Ramírez
La relación con Estados Unidos nunca ha sido fácil. Qué decir durante las campañas de Donald Trump, cuando tomó como piñata a México e hizo que Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador, Marcelo Ebrard y hasta Claudia Sheinbaum jugaran a su favor. A cambio, solo se han recibido malos tratos y descalificaciones, aunque el discurso oficial asegure que “lo tienen controlado”, que “es su manera de comunicar”, o como decía el pejelagarto: “es amigo”. ¡Vaya amigos!
No se le puede regatear al republicano que les ha cumplido a sus seguidores, y hasta a los extraños. Ahí queda el papel que ha jugado recientemente en conflictos internacionales y en la firma de tratados de paz. Incluso hay quienes afirman que merecía el Premio Nobel de la Paz, lo cual ya es un exceso. Pero desde ahí, desde la Casa Blanca, reactiva sus ataques contra México y sigue con su estrategia de ir tras los cárteles de la droga, bajo el pretexto de la crisis del fentanilo.
El magnate de los medios ha encontrado en nuestro país una salida fácil, un enemigo conveniente al que suelta y recoge la correa de las declaraciones según le conviene. Primero vienen los halagos —así lo hizo con Peña, con López y ahora con Sheinbaum—, y después las presiones. Los tres, junto con sus gabinetes, terminaron cumpliendo sus peticiones. Los dos presidentes morenistas militarizaron la frontera, los migrantes se quedan de este lado, se les crearon programas sociales, y la Guardia Nacional opera como una extensión de la migra dentro de nuestro territorio.
Trump ha prometido usar mano dura contra los cárteles de la droga, a los que ya convirtió en amenaza terrorista. También están las acciones de destrucción con misiles de pequeñas embarcaciones en aguas internacionales que, según su versión, transportaban droga hacia Estados Unidos. Para gobiernos como el de Sheinbaum, que muestra simpatía por dictadores como Nicolás Maduro —y antes por Hugo Chávez—, no hay una postura clara; se limita a repetir la vieja consigna de “la autodeterminación de los pueblos”, pero nada más.
No se puede dejar de lado el trabajo de combate que se está realizando y los llamados “éxitos”, quizá más forzados por la próxima renegociación del T-MEC que, por convicción política, pero ahí están. Por cierto, también representan el fracaso por omisión de López Obrador y un sexenio de apapacho a los grupos criminales; ni con Calderón se llegó a tanto. A eso se suman las entregas de narcotraficantes a las autoridades estadounidenses —en la última fueron 26— y próximamente habrá más. Todo para aliviar la presión sobre el gobierno de la 4T, en medio de sospechas de nexos con el crimen de varios funcionarios que hasta la visa han perdido.
Los tiempos por venir serán complejos ante Trump. La vecindad con Estados Unidos siempre ha sido incómoda, pero hoy más que nunca se necesita una voz firme, una diplomacia inteligente —y con Juan Ramón de la Fuente, simplemente no la hay—.
Se requiere una estrategia de Estado que ponga límites, porque si algo ha demostrado Trump es que no respeta a quien se deja intimidar. Y sigue latente —aunque no deseable— la posibilidad de una incursión en nuestro territorio… Pero mejor ahí la dejamos.
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Hasta la próxima.




