El trabajo de un buen escrito se desarrolla
en tres niveles: uno musical, donde se compone;
uno arquitectónico, donde se construye;
y por último, uno textil, donde se teje.
Walter Benjamin
Arturo Suárez Ramírez / @arturosuarez
Sin duda, todas las generaciones son importantes y tienen la oportunidad, por simple naturaleza, de ser protagonistas de la historia; luego ella, la historia, se encarga de juzgar cuál fue su papel. En el mundo, cada época ha tenido su generación transformadora: los jóvenes del 68 en París, México, Praga o Berkeley; los que desafiaron dictaduras en América Latina; los que derribaron muros ideológicos en Europa del Este; los que hoy alzan la voz frente a las crisis climáticas, tecnológicas o de desigualdad. Cada generación se enfrenta a su propio dilema moral y político, y su legado depende de cómo reaccione ante las injusticias de su tiempo.
En México, la generación de 1968 es un ejemplo emblemático: no solo los estudiantes, sino todos aquellos que construyeron un movimiento en medio de la represión, del miedo y del autoritarismo. De ese capítulo surgieron conciencias políticas, liderazgos sociales y una nueva forma de entender la participación ciudadana. Paradójicamente, algunos de quienes hoy gobiernan fueron protagonistas de esa lucha. Así, el relevo generacional no solo marca el paso del tiempo, sino el juicio histórico sobre la coherencia entre los ideales del pasado y las acciones del presente.
La generación Z está conformada por aquellos que tienen entre 12 y 29 años de edad, los que nacieron en la era del internet y las redes sociales, los que aprendieron a deslizar un dedo por la pantalla antes que a escribir con una pluma. Así son los signos del tiempo: nativos digitales. Se estima que en México existen unos 40 millones de centennials; eso, para los políticos y la guerra electoral, representa un gran mercado que conquistar e ir perfilando, porque varios de ellos ya votan, otros lo harán en 2027 y el resto en la presidencial de 2030.
Los movimientos juveniles pueden ser transformadores y si bien el ejemplo del 68 pertenece al siglo pasado, ahí está la Primavera Árabe, que con celulares y redes sociales encendió la mecha en Túnez y Egipto; los indignados en España, con su “no nos representan”, plantados en la Puerta del Sol para reclamar dignidad; los estudiantes chilenos, liderados por jóvenes como Camila Vallejo y Gabriel Boric; los Fridays for Future, encabezados por Greta Thunberg, que han hecho del cambio climático una causa global.
La generación Z se trata de un grupo de personas interesadas en el medioambiente, el bienestar, la igualdad y, al mismo tiempo, la diversidad. Todo lo cuestionan. Pero también se aburren pronto; si algo no les atrapa, se irán sin prestar atención, como quien desliza el dedo mientras mira el celular. Apenas unos segundos. Son distraídos, frágiles o excesivamente sensibles, dicen algunos.
Muchos de ellos no tienen referencias de lo que fue el viejo régimen del PRI; lo saben por consultas, si es que el tema les interesa. Conocen de Vicente Fox para acá. Saben de la transición y de la democracia, vieron encumbrarse a López Obrador y ser testigos de cómo se esfumaron las promesas, de las reformas que han demolido las instituciones del país. Muchos son beneficiarios de programas sociales y sienten simpatía por Claudia Sheinbaum.
Pero no son tontos. Cada generación tiene sus características, y ellos tendrán que asumir su responsabilidad para construir el futuro que desean. Por eso no se les debe tratar con desdén, como lo hacen varios de los viejos políticos. Si una parte apoya a la 4T, está bien; y si otra parte está en contra y no le gusta lo que ve, también está bien que se manifieste. Faltaba más que se les quitara ese derecho, que es constitucional, o que los paleros que acuden a Palacio Nacional decidan quién vale la pena y quién no.
Ahí está el llamado para que se concentren y marchen el próximo 15 de noviembre, y banderas hay varias: el asesinato de Carlos Manzo en Michoacán, las desapariciones, la violencia de género, la falta de oportunidades, el narcotráfico que se ha metido hasta los tuétanos y muchos temas más. Ya sabemos que en Palacio Nacional no les gusta, porque según ellos todo va bien, pero la realidad es otra cosa.
Ahora ahí están, acechando, los viejos políticos —de uno y otro lado—; ya vimos a varios ponerse el sombrero. Que marchen los que quieran, que le exijan resultados al régimen, que cuestionen todo y a todos, que construyan, que se vuelvan incómodos y que den muestra de civilidad. Eso sí, cuidado con los violentos… Pero mejor ahí la dejamos.
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Hasta la próxima.




