jueves, marzo 28, 2024

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Claudia Luna Palencia

Claudia Luna Palencia
@claudialunapale
 
Economista y  escritora, experta en periodismo económico, geoeconomía y análisis internacional
 

 

Un país sin trata, un mundo sin esclavitud
 
 
Hace unos días en Televisión Española fue transmitido un reportaje de periodismo de investigación que ubicó a México como el principal foco de trata de personas a nivel mundial. Y a Tlaxcala,  epicentro, de dicha fenomenología y deleznable negocio.
Una industria erigida con base al sufrimiento y a la explotación de seres humanos vulnerables por su  propio desconocimiento,  la ignorancia y a veces la desesperación por dejar el terruño y buscar un nuevo cauce para romper con el molde de la pobreza generacional.
También está el rapto   de menores, el trasiego de los inmigrantes que van desde Centroamérica hacia Estados Unidos y muchas otras formas de conseguir nuevos perjudicados.
Lo cierto es que ningún organismo ni nacional ni internacional tiene cifras fiables ni siquiera certeras acerca de cuántas personas están atrapadas en la red de trata de personas tampoco cuánto dinero es movilizado  tanto en moneda nacional como en dólares o en otras divisas.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) reconoce que en 137 países  han sido explotados hombres, mujeres y niños de por lo menos 127 países distintos.
El organismo adscrito a la ONU estima que la industria criminal formada en derredor de dicha actividad genera ganancias por aproximadamente 3 mil millones de dólares anuales; un dinero  que casi siempre usa como filtro el sistema financiero.
Eso es lo más preocupante, la denuncia periodística emitida en dicha cadena española  partía además de un hecho incontestable: la colusión de las autoridades gubernamentales, de las fuerzas públicas y también el miedo y la indiferencia de la sociedad.
No puede entenderse tamaño grado de esclavitud que su dimensión pase desapercibida si no es porque hay quienes se hacen invidentes y actúan de forma displicente sin condolerse por los demás.
La corrupción tiene miles de  formas y aristas lo hemos dicho anteriormente: se extiende como la tela de una araña, no es tan fina, pero la colusión reviste de invisibilidad a toda forma nociva que atenta contra la sociedad y el Estado.
Nada ilegal, nada ilícito puede prosperar sin esos dos ingredientes: la colusión de las autoridades y la infiltración de parte del sistema financiero sólo así puede construirse una trama delictiva.
A COLACIÓN
En diciembre pasado en Viena fue publicado un informe demoledor elaborado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNDOC) en él se aseveraba que “casi un tercio del total de las víctimas de trata de personas a nivel mundial son niñas y niños; siendo las mujeres y niñas el 71 por ciento”.
 Como supuesta civilización avanzada hemos leído y nos hemos instruido acerca de la esclavitud que Platón, Aristóteles y otros  de la Antigüedad narraron vehementemente; todavía  no hace mucho Estados Unidos vivía una guerra demoledora entre el Norte y el Sur precisamente para abolir la esclavitud negra.
Y hoy en plenitud del resplandor máximo del siglo XXI cuando hablamos de derechos para los homosexuales, cuando la ciencia avanza en todos los sentidos y los campos; cuando la tecnología  se apodera de nuestro diario vivir y la inteligencia artificial está por irrumpir violentamente en nuestra metaconcepción como seres humanos, con todo no hemos logrado evitar la esclavitud.  
Porque la trata de personas es una lacerante, angustiosa, dañina y retrógrada forma de relacionarnos entre seres humanos premodernos; ningún país, ninguna economía puede presumir de ser más avanzada que otra en tanto permita que en sus calles y en sus barrios exista gente usada en contra de su voluntad y coartada de su libertad. Tampoco  si cobija que las instituciones de crédito se lucren con ese dinero sucio y manchado de dolor.
El informe destaca que: “Mujeres y niñas tienden a ser víctimas de trata de personas con fines de matrimonios forzados o explotación sexual; hombres y niños son explotados con fines de trabajos forzados en la industria minera, como maleteros, soldados o esclavos. Mientras que el 28% de las víctimas detectadas a nivel mundial son niñas y niños, en regiones como África subsahariana y América Central y el Caribe este grupo poblacional  conforma el 62% y 64% de las víctimas, respectivamente”.
 
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