Desde el pasado jueves, me encuentro en Roma y El Vaticano, y he podido vivir como periodista una experiencia informativa por demás apasionante como es el funeral de un Papa.
La muerte del papa Francisco, a partir de ahora Francescus para la eternidad, abrirá un período de transición entre un Papado austero y progresista hacia otro que muy posiblemente busque un mayor equilibrio entre el pensamiento teológico conservador y lo que la realidad demuestra con sus avasallantes transformaciones: la vida misma con sus dramas y contradicciones no está en la Biblia, ni en ninguna, de sus encíclicas.
El argentino Jorge Mario Bergoglio lo supo ver en su perfecta dimensión: el futuro del catolicismo descansa en el maná de los jóvenes millennials, la generación Z y la Alfa. Y, los adultos de mediana edad sabemos muy bien qué es lo que está pasando con los cimientos emocionales, humanos, ideológicos y sexuales de estas tres generaciones.
A lo largo de sus doce años de Papado, Francisco dedicó buena parte de su tiempo y de su energía a acercar a las juventudes hablándoles en su mismo idioma: desde el aborto, las parejas LGTBIQ, hasta la Inteligencia Artificial.
Estos días que he vivido en primera persona su funeral y que he sido testigo del arribo a Roma de cientos de miles de fieles católicos y devotos al papa Francisco llegados desde todas partes del mundo, he podido constatar el gran cariño y la admiración que sienten las juventudes católicas por el legado que deja el argentino.
El pasado viernes 25 de abril, ante el tsunami de personas fervorosas, tanto El Vaticano, como el gobierno de Italia, decidieron cerrar todos los accesos a partir de las 17 horas por el riesgo significativo de una multitud concentrada en un reducido perímetro.
Quiero señalar mi admiración por el despliegue de las fuerzas de seguridad italianas, reforzadas en algunos puntos por el ejército, que velaron porque toda la larga jornada transcurriese sin incidentes. Los carabinieri y el ejército reforzaron la vigilancia, calle por calle; y, había policías, en cada entrada en las escaleras de la boca del metro y adentro de los andenes.
Me parece que, a partir, de ahora inicia la leyenda de Francescus. Hay quienes en vida siempre lo pusieron por debajo del legado del papa Juan Pablo II con esas odiosas comparaciones; pero nada tiene que ver el uno con el otro: el papa Juan Pablo II tuvo un largo Papado de 27 años en una era marcada por la Guerra Fría y la lucha ideológica entre el capitalismo versus el comunismo. No fue en balde la influencia del polaco para que cayese el muro de la URSS.
Con el papa Francisco, la actualidad no ha sido menos desafiante en un mundo cambiante con atentados terroristas, pandemias, invasiones, ciberamenazas y sobre todo, una juventud a merced del nuevo Dios: Internet y el océano de mentiras y posverdades que allí circulan.
Él supo interpretar el signo de los tiempos, leerlos con sapiencia, ese sacerdote de barrio que iba de puerta en puerta llamando para reunir una feligresía que permitiese crear una dinámica de retroalimentación espiritual que les diera luz para ser mejores personas. La esperanza y la fe, ambos, son placebos muy efectivos.
A COLACIÓN
Me tocó atestiguar ese tsunami humano que primero buscaba fervorosamente un hueco en la explanada de San Pedro para acompañarlo en el funeral; y, después, ayer domingo, los fieles presentes acudieron para visitar la Basílica de Santa María la Mayor para acceder a su interior y ver el nicho de Francescus donde yace para la eternidad. Eran horas y horas y horas de gente haciendo fila aguardando con fervor demostrarle su cariño.
A Bergoglio se le menospreció y atacó desde adentro del Vaticano mientras que en el contexto externo, su popularidad crecía y tanto, que estoy segura, que nadie apostaba porque fuese tan amado, tan respetado y tuviese tantos seguidores.
No va a ser fácil que, bajo este contexto, venga otro que no tenga ni su carisma, ni su humanidad, ni su chispa; ni esas ocurrencias con las que solía granjearse a la gente en la primera impresión.
El que venga estará bajo una enorme presión y bajo la lupa de los feligreses y de las comparaciones: votar por otro pontífice que sea tan gris como Benedicto XVI sería un gravísimo error.
Por eso creo que habrá un período de transición, entre Francescus y otro cardenal, que en los próximos años demuestre igualmente esa visión renovadora. Las cifras de su Papado son además muy beneficiosas: desde el 13 de marzo de 2013 que fue elegido pontífice, hasta su deceso, el número de católicos aumentó en 137 mil personas; y, según, el Annuarium Statiscum Ecclesiae y del Anuario Pontificio de 2024, hay 1 millón 390 mil personas bautizadas católicas en el mundo. En definitiva, supo calar en el pueblo, eso me queda clarísimo.
Cuando empiezo a escribir está columna es sábado 26 de abril y salgo del Vaticano rumbo al metro Ottaviano-San Pietro, adentro en el vagón, un muchacho que se hacer llamar ELG Emanuel canta canciones de rap que narran el adiós de un hombre bueno que se preocupó por ayudar a todo el mundo: “Si quieres saber su nombre yo te lo digo se llama Francisco, Francescus, y es el amigo de todos y lo vamos a echar de menos”. Sin lugar a dudas fueron doce años de arar en donde había que hacerlo. Requiescat in pace semper.