Para quienes apostaron por el fracaso de los Juegos Olímpicos de París, habida cuenta de la prolongada crisis social por la que atraviesa Francia, y la irresuelta crisis política espoleada por el presidente Emmanuel Macron, habrán podido comprobar el desatino de sus predicciones.
Se quiera o no, guste o no, Francia en general y París en particular se han colgado al cuello una incontrovertible medalla de oro al poder blando, ese que permea y se incrusta en los corazones y mentes de la humanidad por contraposición al poder fuerte que se enarbola a través de la economía y la potencia de las armas.
Desde que Tokio 2020, con sus 20.000 millones de dólares de costes se alzara al primer puesto de la historia olímpica (obviados los 40.000 millones estimados de Pekín 2012, pero esa es otra contabilidad), pocas ciudades presentaron su candidatura para las sucesivas citas cuatrienales, tanto las de los Juegos de Verano como los de Invierno. Argumentos tales como “pondréis vuestra ciudad en el mapa mundial” o “vais a multiplicar el volumen del turismo, negocios e inversiones”, dejaron de ser lo suficientemente atractivos como para convencer a posibles candidatos -Madrid, sin ir más lejos- de que los formidables costos de organizar unos Juegos Olímpicos se compensarían con los supuestos futuros beneficios a percibir.
Pues bien, a falta de que se apague definitivamente la llama olímpica (no olvidemos que aún faltan los Juegos Paralímpicos, que se celebrarán también en París del 28 de agosto al 8 de septiembre), el balance contable general habrá de introducir bastantes modificaciones.
En primer lugar, el Comité Olímpico Internacional (COI) habrá logrado demostrar que se ha detenido la meteórica espiral ascendente de costes, puesto que estos Juegos habrán descendido por primera vez de los 10.000 millones de dólares de coste desde los de Sídney 2000. Así, Atenas 2004, Pekín 2008, Londres 2012, Río de Janeiro 2016 y Tokio 2020 contemplaron fuertes déficits, que no se compensaban ni financieramente ni con los llamados intangibles, es decir los impactos económicos a corto y largo plazo, además del supuesto efecto dominó de los siguientes años a la celebración del evento.
París ofrece al mundo una ceremonia épica e inolvidable
Según un estudio de la Universidad de Oxford, publicado el pasado mes de mayo, los últimos seis Juegos, antes de los de París, se han saldado con más del 100% de desviación presupuestaria, lo que a juicio de sus redactores no se ha producido nunca con respecto a los presupuestos de otros grandes acontecimientos u obras emblemáticas.
Pero, puesto todo ello sobre la mesa, lo cierto es que, incluido el sacrosanto fútbol, no existe ningún otro evento de alcance planetario en el que no sólo se registre una audiencia tan masiva en los medios de comunicación, sino que también ofrezca a toda la humanidad la demostración de que hasta el más desconocido atleta del país más ignorado puede alzarse con la gloria de una medalla olímpica, merecedor por lo tanto del homenaje de todos los demás. Las televisiones de todos esos países con algún representante especializado en algo por encima de los demás, le colmarán de atenciones. Y, entre los más potentados, su propio público descubrirá deportes, modalidades y compatriotas de carne y hueso a los que no había prestado ninguna atención hasta descubrirlos en los Juegos.
En este capítulo de la difusión, pues, cabe destacar la visión que tuvo la NBCU, que en 2014 logró convencer al COI para que le cediera los derechos de retransmisión “en todas las plataformas y medios” para el periodo 2021-2032. No pocos juzgaron entonces muy arriesgada semejante apuesta por un total de 7.650 millones de dólares. A tenor de lo que lleva recaudado en París, más de 3.000 millones, y de la proyección que ya tienen para Los Ángeles 2028, cosecharán ingresos nunca vistos hasta ahora por las pruebas olímpicas.
Cada país participante, y en estos Juegos han sido 205 delegaciones, ha hecho sus propias inversiones y también realizará seguramente en balance de pérdidas y ganancias de estas. En el caso español, no se han alcanzado las expectativas de superar las 22 medallas cosechadas en Barcelona 1992, pero tampoco se ha realizado esta vez el esfuerzo financiero que se hizo entonces con el Programa ADO. Italia, espejo en el que España quiere mirarse en tantas cosas, sí lo ha hecho y ha cosechado el doble de medallas que los españoles. Las preseas, exponente de la gloria olímpica, contribuyen también a la exposición y prestigio de un país, o sea a su poder blando, corolario en consecuencia de su nivel general en el concierto mundial de naciones.
Y, en fin, respecto de Francia, un editorial de Le Monde señala que “ningún acontecimiento deportivo ha arreglado jamás un persistente malestar social ni una crisis política”, en clara alusión al panorama del país poselectoral y previo a la celebración olímpica. Sin embargo, a la vista de lo vivido y contemplado a lo largo de estos 17 días, Francia ha mostrado un Estado que funciona, unos servicios públicos movilizados e impecables, unas empresas fiables y un ejército de voluntarios de todo el mundo, que han mostrado la cara más acogedora de Francia. En suma, una inyección poderosa de moral para sí mismos como pueblo y nación que sigue queriendo proyectar su historia y su influencia sobre una comunidad internacional que se debate denodadamente por encontrar sus referentes.