El peluquero Lluis Llongueras, de 87 años, fundador de los salones que llevan su nombre, murió el 29 de mayo, de un cáncer de garganta. Nacido en Esparraguera (Barcelona) 1936, el estilista fue un talento precoz: comenzó su carrera con apenas 14 años y se labró una carrera internacional como creador de algunos de los peinados más de España desde los años 60 hasta los 80.
El polifacético estilista catalán fue el primero en recibir el Premio de Honor dentro de la categoría International Hair Legend 2019. Tras décadas haciendo trizas los esquemas de la peluquería, se convirtió en un referente mundial por su alabada técnica de corte. Su objetivo siempre fue ensalzar la belleza de la mujer a la vez que proyectaba sobre ella su genuina visión del arte, fusionando, de esta manera, el mundo del arte con el de la peluquería.
Suyos eran los emblemáticos estilismos del corte ‘paloma’ de Julia Otero o los cardados de la reina Sofía. Se le recordará por ser el pionero en crear una técnica y método para un oficio poco lejos aún de la profesionalización. Su secreto estribaba en cortar mecha a mecha y crear volúmenes. El método incluía técnicas a las que dio nombres especiales, como el ‘corte programado’, el ‘patch’, el ‘bicolor’, que se hicieron populares gracias a libros y vídeos
En los años setenta inauguró su primer salón unisex y se erigió en un referente mundial de la profesión. No en balde, fue el creador de varias franquicias en academias y establecimientos de peluquerías. Un negocio que llegó contar con más de 20 salones propios y 50 asociados en España, además de otros 120 salones en todo el mundo. Todo un imperio que facturaba 45 millones de euros.
Llongueras podía jactarse de dignificar el papel social de la peluquería y de introducir en el cuidado del cabello mismos criterios de innovación, riesgo y creatividad imperantes en el mundo de la moda. En los tiempos duros, a finales de los años cincuenta, protagonizó un hecho inédito: a las 8.30 horas las mujeres hacían cola para peinarse en su local, algo nunca visto en la España del desarrollismo, que aún estaba a años luz de la obsesión por la estética personal y de la eclosión de la industria de la cosmética.
En su mérito está el haber despojado a las mujeres de moños, sombreros y pañuelos, propios de la pacatería de posguera, y adaptar el cabello de cada mujer a su fisonomía. «No hago peinados, sino composiciones de pelo sobre las caras», decía. A finales de los años sesenta, sus pelucas de cabello natural arrollaron en la gente bien del momento. Cual estrella del pop, se convirtió en árbitro de la estética, en cuyo auxilio acudían el Aga Khan, Carmen Sevilla, Lola Flores, Rocío Jurado, Bianca Jagger y muchas celebridades más . Esa posición de ventaja le ayudó a que Salvador Dalí le abriera las puertas, para quien hizo la peluca más grande del mundo, expuesta como cortina de la habitación de Mae West en el Museo Dalí de Figueres (Girona) y que figura en el Libro Guinness de los Récords.
Gala, la mujer de Dalí, se mostró sin embargo refractaria a cualquier tipo de asesoramiento. Genio y figura, se peinaba igual que en los años cuarenta del siglo pasado. Su peinado, de porte estatuario, que culminaba con un extemporáneo ‘arriba España’ con lazo de Chanel, horrorizaba al peluquero. «Cuando iba a ver a Dalí se iba a otra habitación para no saludarme», confesaba.
Llevó con amargura que su hija y primera esposa, Dolores Poveda, y sus dos hijos mayores, Esther y Adán, le despidieran por fax de su propia empresa, después de que él regresara con Jocelyne Novella, una mujer con la que había mantenido una relación secreta durante años. Tras la disputa legal, logró firmar a un acuerdo que disolvía el conflicto con un intercambio de acciones y participaciones entre sus sociedades
Hombre inquieto y alma creativo, hizo incursiones en la fotografía, la pintura, el dibujo y la escultura. En 1987 creó un premio de periodismo de moda. Él mismo recibió en 200 la Cruz de Sant Jordi y en 2008 la Medalla al Trabajo President Macià. Con información de agencias.