No se trata de dónde naciste, qué poderes tienes
o lo que llevas en el pecho, se trata de lo que haces…
¡se trata de Acción!
Superman
Arturo Suárez Ramírez / @arturosuarez
Dicen que los milagros existen, pero a veces no vienen del cielo ni de los templos, sino que nacen de los laboratorios de la ciencia y la tecnología. Así, aunque suene a contradicción, es una realidad. No cabe duda de que, por la vorágine cotidiana, es común perder la capacidad de sorprendernos ante lo que podemos lograr como raza humana. Ahí nos vamos perdiendo en el transcurrir de la vida: respiramos, caminamos, corremos, subimos, bajamos, vivimos y morimos, todo en lo cotidiano.
La realidad es que es una maravilla poder moverse, tener la libertad de ir a donde uno quiera sin depender de nadie. Pero no todos tienen la misma suerte: hay quienes, desde su nacimiento, jamás podrán hacerlo, y otros que sufrieron un accidente y quedaron postrados de por vida. Sin embargo, debemos sentirnos afortunados de vivir en el siglo XXI, con sus avances que parecen salidos de una película de ciencia ficción de los años ochenta, donde aparecían personajes con exoesqueletos que los asemejaban a robots.
Hace unos días, en redes sociales, se recordó el caso de Superman, interpretado por Christopher Reeve, quien cayó de un caballo y el “hombre de acero” quedó postrado en una silla de ruedas, conectado a aparatos. Se estima que Reeve ganó más de 10 millones de dólares por las cuatro películas del superhéroe, y seguramente más por otros trabajos; pero lo invaluable fue que, después de su accidente, dedicó los últimos años de su vida a financiar investigaciones sobre la médula espinal.
En 2004, a la edad de 52 años, Christopher Reeve cerró los ojos. Falleció, pero su legado está presente. Dos décadas después, aquel sueño de que los paralíticos pudieran volver a ponerse de pie comienza a hacerse realidad. La ironía no es hermosa, pero sí aleccionadora: aquel actor que interpretó al hombre más poderoso del universo nunca pudo volver a caminar, aunque su lucha permitió que otros lo hicieran. Ese es su gran legado.
Insisto: debemos maravillarnos con lo humano y con aquello que nos brinda la investigación, la ciencia y la tecnología. En redes sociales circulan diversos videos de personas en condiciones similares a las descritas en los párrafos anteriores. Se les ve completamente sorprendidos cuando la máquina los levanta: ¡gritan!, comienzan a dar pasos y, con la práctica, a caminar.
Se trata de exoesqueletos, soportes que han avanzado a pasos agigantados. Usan sensores, inteligencia artificial y motores de precisión e intuición para mayor comodidad. En países como Japón, Corea del Sur y Estados Unidos ya se utilizan de manera cotidiana para rehabilitación y movilidad, mientras que en México apenas se comienzan a probar en algunos hospitales de alta especialidad. Pero la esperanza de que se vuelvan parte de la vida diaria ahí está.
Más allá del espectáculo tecnológico —porque es apasionante—, hay algo profundamente humano en todo esto. Cada paso que da una persona con ayuda de un exoesqueleto es una historia de resistencia, de supervivencia personal y familiar. No sé si de amor, pero sí de coraje. También es el reflejo de una sociedad que, por fin, empieza a entender que la discapacidad no debe significar inmovilidad. Nos recuerda que el futuro no está en los autos voladores ni en colonizar Marte, sino en mejorar la vida aquí, en el planeta que ya tenemos.
Seguramente el gran Christopher Reeve soñó con volver a caminar. Le habría gustado ver esto. Y así como el héroe de capa roja, seguimos desafiando lo imposible… y caminamos con exoesqueletos… Pero mejor ahí la dejamos.
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Hasta la próxima.