
Ya estaba Luiz Inácio Lula da Silva de presidente en Brasil, en noviembre de 2008, cuando surgió la idea de organizar la primera cumbre de jefes de Estado miembros de los BRIC por: Brasil, Rusia, India y China. En este entonces el presidente ruso era Dmitry Medvedev y Vladimir Putin, fungía de primer ministro, tras dejar la Presidencia en manos de Medvedev.
La reunión se consolidó en junio de 2009 en Ekaterimburgo, Rusia y a partir de ese momento, los países miembros mantienen una Presidencia rotatoria y encuentros anuales; en 2010, sumaron a Sudáfrica convirtiéndose en los BRICS por invitación expresa del entonces mandatario chino, Hu Jintao, que veía en la economía africana un enorme potencial de expansión.
Quince años después, desde su primera cumbre, la nueva cita en Johannesburgo (del 22 al 24 de agosto) tiene un matiz diferente: sobre de Putin pesa una orden de detención emitida por la Corte Penal Internacional, desde marzo pasado, acusando al dictador ruso de presuntos crímenes de guerra relacionados con la deportación y el traslado ilegal de niños desde Ucrania hasta Rusia.
Cyril Ramaphosa, presidente de Sudáfrica, como anfitrión de la cumbre estaría obligado a cumplir con la orden de arresto dado que el país africano es uno de los 123 países miembros de la Corte Penal Internacional. En cambio no lo son ni Estados Unidos, ni Rusia, China, India, Israel, Paquistán, Turquía y Corea del Norte.
Ramaphosa ha pedido reiteradamente a Putin que no asista en persona a la cumbre de los BRICS, lo que para el dictador ruso es una afrenta porque tendrá que quedarse en Moscú mientras la delegación de su país queda representada por su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov.
Putin tendrá que conformarse con hablar por videoconferencia aunque ha tenido parte activa en los temas de la agenda que conversarán todos los mandatarios y sus respectivas delegaciones.
En especial, al líder ruso le interesa acelerar el proceso de desdolarización de las economías BRICS; de hecho, Rusia lleva desde la primera cumbre poniendo énfasis en la necesidad de crear un sistema monetario internacional diverso y que las economías corten su dependencia al dólar como moneda de reserva global.
A esta iniciativa ha ido incorporando con ahínco a China al tal punto que Putin habla de llevar a cabo relaciones comerciales, de inversión y económicas a través de yuanes.
También le apoya Lula da Silva. Hace un par de meses, el presidente brasileño puso sobre de la mesa a sus contrapartes de América del Sur y socios del Mercosur la necesidad de contar con una moneda propia, algo así como un euro sudamericano. Una divisa que dejase de lado al dólar.
Unidos, los cinco países BRICS, mueven casi el 50% de la economía mundial y tanto, China como India, tienen un potencial de crecimiento que los analistas llevan tiempo ubicando como eje del liderazgo económico en el siglo XXI y es que además significan el 45% de la población del planeta.
Mientras la ausencia de Putin en la cumbre de Sudáfrica es una victoria para los países occidentales que han sancionado a Rusia por su atrocidad ante Ucrania, el dictador ruso sabe que requiere de los BRICS para no terminar aislado y piensa usar su influencia en el grupo para sus propios intereses.