jueves, mayo 9, 2024
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¿Cómo nos enamoramos los milenials? Parte 2

Por: Alicia Guzmán Portillo. Escritora y Socióloga.

 

En la primera entrega, hice un somero recuento de las múltiples formas virtuales en las que los milenials encontramos una manera conectarnos a través de los años: empezando por medio de correos electrónicos a finales de los 90, pasando por diversas plataformas tecnológicas en la primera y segunda década del milenio, y en los últimos 5 años, las aplicaciones de citas como Tinder.

Se relató cómo nuestras formas de interacción social fueron permeadas, facilitadas, y también, transformadas por estas tecnologías.

El uso casi permanente de los teléfonos celulares inteligentes y el imperio de las imágenes ha trastocado nuestra forma de “escoger” probables parejas; nuestra generación ha tratado de cuestionar la narrativa del amor que fue presentada por nuestros padres y las generaciones anteriores.

En muchos casos, se ha optado por elegir un camino diferente para relacionarnos y construir pareja, un camino diferente para concebir el “enamoramiento”. Así, ahora es pertinente plantear ¿Por qué? ¿Qué sigue? ¿Por qué hemos elegido, consciente o inconscientemente “emparejarnos” de una u otra forma? O, en algunos casos simplemente no estar en pareja.

Considero que los cambios de paradigmas, o al menos el cuestionamiento que se ha hecho a ellos por parte de mi generación resulta en muchos sentidos enriquecedor y fructífero; sin embargo, convendría plantear un doble cuestionamiento, es decir, si la idea ha sido discutir el modelo anterior, porque no cuestionar la respuesta que hemos dado a ello. Me refiero a que, si se ha cuestionado la institución del matrimonio, o la monogamia ¿Por qué no cuestionar también nuestra respuesta a ella?

Si se ha cuestionado la institución del matrimonio como un “mero papel” ¿Será que la unión libre nos trae una mejor sociedad? Si se ha cuestionado el matrimonio como un instrumento legal ¿Qué había más allá en la institución del matrimonio y la familia tradicional?

Muchos de mis contemporáneos han elegido tener hijos en unión libre o sólo compartir la vida con una pareja sin un compromiso más sólido, incluso en redes sociales se ha dicho “no casarse es mejor porque es menos caro” o “un divorcio es carísimo”. Más allá de que las antiguas afirmaciones sean ciertas o no ¿y el compromiso moral con alguien más? ¿Y el compromiso de la elección de compartir la vida con una persona a largo plazo? ¿El matrimonio se trata entonces sólo de una transacción económica?

Si la sociedad en la que nos movemos, con el consumismo y la apología a la individualidad, nos ha hecho una generación en algún sentido egoísta e hiper individualista, donde los vínculos de pareja pueden ser tan frágiles como una mudanza ¿Qué nos une? ¿Hemos reducido a las personas a simples artículos intercambiables tal como lo hacemos con nuestros teléfonos celulares a la más mínima falla?

¿Dónde ha quedado nuestra capacidad de empatizar, reconocer al otro, dialogar los desacuerdos y convertirlos en acuerdos, nuestra capacidad de ceder por el otro, y nuestra capacidad de escuchar?

Y sobre todo, valdría la pena renovar la habilidad de ser pacientes para reconocer al otro, respetarlo y admirarlo, sin la desesperación y perfección que le exigimos a los objetos que consumimos todos los días, y que, desechamos o reemplazamos como algo cotidiano.

Si bien pienso que la narrativa anterior del amor, la vida en pareja y la familia puede y debe ser cuestionada, y abrir las posibilidades a diferentes formas de ser y estar en el mundo; es imprescindible cuestionar las nuevas formas en las que “conectamos” con las personas, pues, interactuar, tener “intercambios afectivos, eróticos y sexuales” no es relacionarnos y mucho menos crear intimidad, solidaridad, ni construir relaciones de largo plazo de ninguna manera; las personas, no somos objetos, ni objeto de transacciones económicas. ¿Tú qué piensas?

Comenta a través de redes sociales, y abramos la conversación.

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