Hace tiempo que nos preocupamos por las abejas. Poco a poco, como sociedad, nos vamos concienciando más con los problemas medioambientales que nos rodean. El cambio climático es, posiblemente, el rey, pero a su alrededor hay otros más o menos relacionados. El problema de los plásticos, la crisis de la biodiversidad y, por supuesto, la pérdida de abejas. Lo curioso de este último es que ha penetrado bastante bien entre un grupo extraño de la población: los conspiranoicos.
La desaparición de las abejas les tiene especialmente preocupados porque, según ellos, es un indicador de cómo los gobiernos están envenenándonos deliberadamente. Dejando a un lado estas ficciones, es cierto que las abejas se esfuman y no hace falta llegar a conspiranoias para comprender cómo podría afectarnos eso. No obstante, una investigación recientemente publicada en Ecology and Evolution parece sumar una nueva preocupación a nuestras inquietudes.
Un estudio realizado en la Universidad de Reading, en Inglaterra, ha estado analizando el despertar de 88 especies diferentes de abejas. Para ello han usado más de 350.000 grabaciones recogidas a lo largo de 40 años. A partir de ellas han podido concluir en qué momento estas abejas han estado emergiendo de su nido tras el invierno.
La conclusión es algo preocupante, porque parece ser que han estado adelantando su salida unos 4 días cada década. Más o menos 6,5 días cada grado que sube la temperatura media. Dicho de otro modo: el calentamiento global está afectando al momento en que las abejas despiertan tras el invierno y están emergiendo de sus nidos cuando los árboles todavía no pueden ofrecerles alimento. Y eso puede tener implicaciones importantes para nuestra dieta y nuestros bolsillos.
Cuando escuchan “abeja”, piensan en ese insecto negro con rayas amarillas (realmente pardas) que vive en grandes colmenas y produce miel. Esas abejas son solo una de las muchas especies que existen y si las conocemos tan bien es porque son nuestra abeja, la que hemos domesticado a lo largo de los milenios. Ya había representaciones de abejas domésticas en el arte que hacían los antiguos egipcios y, si los arqueólogos están en lo cierto, hace 10.000 años que las utilizamos en nuestro beneficio. El nombre de esa abeja es Apis mellifera y, lejos de estar en peligro de extinción, lo cierto es que está en su era dorada.
Ahora mismo hay, sobre la faz de la Tierra, más abejas domésticas de las que han existido nunca. Y tiene sentido, porque se trata de un animal con el que comercializan los apicultores, que se vende y se cuida para mantener una industria a escala global. Nosotros hemos multiplicado a las abejas domésticas hasta puntos inimaginables. Por supuesto, es cierto que, en los últimos años, algunos registros indican que las poblaciones han disminuido ligeramente. Para ser más específicos: que la cantidad de abejas que no superan el invierno es un poco mayor a la normal (que es naturalmente alta). El cambio climático, los pesticidas y algunas plagas como los famosos ácaros varroa son, en parte, causantes de este descenso, pero se quedan muy lejos del peligro al que se enfrentan el resto de las abejas.
El verdadero peligro
Según han confirmado los últimos estudios, quienes sí están en riesgo de extinción son algunas de las otras especies de abejas. Especies que también se encargan de polinizar en el mundo silvestre, pero de las que no son las que tenemos en mente al pensar en abejas, por lo general.
Los expertos calculan que existen muchas más de 20 mil especies en el mundo, la mayoría de ellas solitarias, o dicho de otro modo: que no construyen colmenas ni producen miel. Los abejorros, por ejemplo, son abejas. Y entre todas estas especies, algunas están desapareciendo por motivos entre los que se encuentra la destrucción de entornos naturales y, por lo tanto, la pérdida de biodiversidad vegetal y, por lo tanto, de sus fuentes de alimento. Así que, aunque no todo es blanco o negro, cuando hablamos del problema de las abejas podemos concluir dos cosas: estamos perdiendo muchas especies y eso puede afectar a la polinización.
En el caso de este último estudio de la Universidad de Reading, plantean que el despertar anticipado de las abejas, sobre todo de algunas especies concretas, podría hacer que, cuando estas emerjan de su nido, las plantas que suelen polinizar todavía no estén en flor y, por lo tanto, no se puedan alimentar de ellas. Dos de estas plantas serían los manzanos y los perales y no hace falta darle muchas vueltas a lo que esto significa. Si no hay suficientes abejas para polinizar sus flores, no se fecundarán tantos manzanos y perales, por lo que no producirán tantas frutas el año siguiente. A menos manzanas y peras, más subirá su precio en el mercado como efecto de la escasez y eso por no empezar a explorar el efecto dominó que podría producir en otras frutas. Ese es el peligro de estos cambios medioambientales, que nosotros también somos parte del medio ambiente y, por un motivo o por otro, nos terminan afectando. Con información de La Razón.