Hay algo nostálgico en todos los viajes de regreso y en todos los exilios (cabe aquí aclarar que ni todos los viajes ni todos los exilios son geográficos y que, frecuentemente, los viajes más apasionantes y los exilios más dolorosos son los que se hacen hacia el interior de uno mismo). La palabra nostalgia proviene de los vocablos «nostos» (regresos) y «algos» (dolor), por lo que nostalgia significa: «el dolor del regreso» y, de todos los dolores que experimentamos, tal vez sea el único que tiene un sabor agridulce. La nostalgia se nutre del pasado, pero puede alumbrar una luz hacia el futuro. El retorno a la patria o el regreso a otra época es la negativa a olvidar, el deseo de recuperar un tiempo perdido y, en última instancia, la negación inconsciente de la muerte. Sólo podemos traer los sucesos que añoramos cuando los recordamos y lo mismo sucede con nuestros muertos. Por Odiseo, el célebre personaje homérico y por su viaje a Ítaca (pero también por Cavafis), sabemos que en todo viaje sufrimos una metamorfosis y que muchas veces no es el lugar del que nos fuimos el único que ha cambiado, sino que hemos cambiado también nosotros mismos; es un hecho incontestable que nunca el que se fue es el mismo que el que regresa. Todo viaje que se emprende es un intento por encontrarse a uno mismo y todo exilio es una experiencia dolorosa y transformadora. Por otra parte, el viaje y el exilio forman parte de nuestra condición natural; todos somos viajeros (ya lo escribió Pessoa, «viajamos en el tren de nuestro cuerpo») y todos somos exiliados en la Tierra, esperando el regreso. El regreso es un viaje de reconciliación con nosotros mismos y con algo que nos trasciende.
Título: “El regreso”.
Modelo: Nicolas Flamme
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