Es infrecuente que, entre los muchos congresos, jornadas y seminarios internacionales que se celebran en España, haya alguno dedicado íntegramente a África. Pues, ha ocurrido en Madrid, con asistencia de centenares de dirigentes políticos, empresariales y hombres de negocios africanos. Sí, altos ejecutivos de piel negra con la múltiple variedad cromática que ofrece la enorme diversidad que albergan los 54 países que conforman la geografía política del continente.
Era la primera vez que la capital española albergaba un encuentro de estas características, organizado por la plataforma One Africa, especializada en articular foros especializados en las principales urbes africanas. O sea, y como siempre, propiciar el conocimiento y la negociación entre inversores y emprendedores deseosos de llevar a la práctica sus ideas y proyectos. Lo novedoso del caso es la falta de costumbre de contemplar en este tipo de foros a tantos africanos dispuestos a impulsar el gigantesco salto que precisan sus países para quemar las etapas de su desarrollo y prosperidad.
Numerosos consultores y mediadores de un lado y otro del Mediterráneo también acudieron a una cita en la que se expusieron con toda crudeza los clichés, las reticencias y las desconfianzas de los inversores españoles, de una parte, y de otra las evidencias de la evolución y de los grandes cambios sociales, económicos y políticos que se están operando en África.
Como reconocieron muchos de los ponentes e intervinientes, los empresarios españoles han empezado a establecerse en África por Marruecos, una vez comprobada la estabilidad del entorno, la fiabilidad de su protección jurídica y la rentabilidad de sus inversiones. Basándose en ese ejemplo, dirigentes y empresarios de Mauritania, Senegal, Costa de Marfil, Gambia y Benín entre otros, expusieron la amplia gama de oportunidades que presentan sus respectivos países, desde el abastecimiento energético al máximo aprovechamiento y reciclaje de los recursos hídricos; desde la construcción de cientos de miles de viviendas a la instalación de infraestructuras viarias, de transporte y comunicaciones, pasando por la imprescindible digitalización “a la que tenemos tanto derecho los africanos como los europeos”.
Durante los tres días que duró el encuentro, con sus habituales sesiones de trabajo, pero sobre todo sus múltiples citas bilaterales, pudo apreciarse la exigencia africana de ser tratados en igualdad de condiciones, acabar en suma con “la imagen de una cooperación basada incluso involuntariamente en la conmiseración”. Por supuesto, nadie negó que miles de africanos se marchen a diario de las zonas más depauperadas del continente en busca de un destino en el que puedan desarrollar sus mejores capacidades. Pero, también era general la queja de que la imagen de las pateras y los desgraciados naufragios se haya convertido prácticamente en la única estampa con la que los ciudadanos al norte de su continente asocian y contemplan a África y a los africanos.
Probablemente sean muy pocos los europeos que sepan que el fuerte y sostenido crecimiento económico de muchos países africanos está alumbrando una clase media cada vez más extensa, potente y con las lógicas aspiraciones de emprender y prosperar. Un estamento que ya no tolera las dictaduras que se implantaron a raíz de sus independencias en los años sesenta del pasado siglo; que exigen vivir en democracia en toda su extensión, es decir con las libertades inherentes a la misma.
Coinciden con el ex primer ministro de Benín y antes y después dirigente empresarial, Lionel Zinsou, en que una África con una demografía desbordante de jóvenes, cada vez más preparados y formados, “es la solución para Europa”, que justamente se precipita aceleradamente hacia el envejecimiento masivo del grueso de su ciudadanía.
Los africanos dicen comprometerse a profundizar en sus grandes ambiciones, como la de crear una zona de libre comercio, anhelo que requerirá de muchas etapas intermedias y no pocos reajustes. Pero, confían en que en ese proceso sus economías mantengan altos niveles de crecimiento, se sigan suprimiendo cada vez más barreras aduaneras y trámites burocráticos disuasorios para los inversores extranjeros. Queda, por supuesto, mucho camino por recorrer, grandes esfuerzos por poner en el empeño y no pocos prejuicios que superar. Pero, nadie podrá negar el horizonte de ilusión que todo ello comporta para africanos y españoles europeos. Un panorama que, en medio de tantos augurios pesimistas, cuando no apocalípticos sobre el futuro, ofrece una perspectiva de ganar-ganar para España y para África. Vía Atalayar.