Camina tranquila hasta la puerta de la Biblioteca Eugenio Trías en el Retiro donde hemos quedado para hacer esta entrevista. Hasta hace unos días, esa tranquilidad en este lugar y en plena Feria del Libro era impensable. Lógico, es la directora, la primera mujer en más de ochenta años. Esta ha sido su segunda edición tras ser elegida por el gremio de libreros y aún queda otra, luego, “ya veremos”.
Eva Orúe es una de las grandes periodistas de este país. Ha trabajado en distintos medios, fue corresponsal, entre otros destinos, en Moscú, donde pudo apreciar “el orgullo ruso”, tertuliana, autora de varios libros… “El periodismo es un continuo proceso de asombro y aprendizaje”, afirma. Y así ha sido su carrera profesional, “nada lineal” por su propio carácter, lo que le ha llevado a hacer lo que realmente le gusta: contar historias. “Soy una persona ambiciosa lo justo y de buen conformar”, nos dice, quizá ese sea el secreto de la serenidad que trasmite. Su pasión: viajar…en su furgoneta.
Hace unos días terminó la 82ª edición de la Feria del Libro de Madrid, y su segunda como directora. ¿Qué hizo al día siguiente?
– Volver al Retiro como el criminal vuelve al crimen (ríe). Mi equipo estaba allí a las 6:00 de la mañana para empezar el desmontaje; yo llegué más tarde poque tenía una prueba médica. La mayor parte de los expositores vinieron a vaciar las casetas. Este año hemos tenido dos días para desmontar. Cuando acaba la feria, queda trabajo.
El resultado arroja menos visitantes, pero muchas más ventas. ¿Podemos interpretar que la gente lee más de lo que se dice o pensamos?
– Que esto no es exactamente verdad, lo demuestran los estudios de lectura. Estos estudios dicen que los españoles no somos grandes lectores, pero también que niños y adolescentes leen mucho, y que el porcentaje de lectores habituales va creciendo, aunque poco a poco. Hablo de libros, porque lo que es leer, leemos más que nunca, aunque en pantalla. En plena feria, lo que los expositores decían, algo curioso, era que la lluvia no desanimaba las ventas y que la gente era muy activista en la compra. Ha habido menos paseantes que otros años, quizá sí se desanimaron por la lluvia. No tenemos datos por casetas, pero las de libros infantiles han tenido menos visitas porque son más de familia, de buen tiempo. El índice de ocupación de los pabellones con actividad ha estado muy por encima de la edición pasada y que conste que hemos descontado el efecto de lluvia, es decir, no contamos los que entraron y salieron porque cayó una tormenta.
Esta ha sido su segunda edición como directora. Cuando se presentó al concurso, ¿cuál era su reto? ¿Lo ha conseguido?
– Debo confesar que tenía una idea alejada de la realidad de lo que era dirigir la feria. Cuando vienes, en mi caso como periodista, trabajando con autores o incluso como autora para firmar, te haces una idea parcial de lo que es. La organización al final es mucha plancha, o sea, mucho montaje, mucho problema de aguas, de electricidad y muchas relaciones internas con los gremios que participan. El primer año me incorporé en enero, y el reto era sacarla adelante y que saliera lo mejor posible. No fue fácil montarla en sólo tres meses, y menos con una directora novata y con una pandemia reciente, pero el equipo demostró su gran valía, algunos llevan casi 30 años en la feria, la conocen como la palma de la mano. Hubo pocos cambios. Este año sí hemos introducido algunos, los que no se perciben como el tipo de letra para los rótulos a otros que sí, en las casetas, pabellones transparentes que ha permitido que la gente viera lo que pasaba dentro y los que estábamos en los actos viéramos lo que pasaba fuera. No pierdes la feria de vista. A las casetas les pedimos ayuda para probar un sistema nuevo y ahora estamos esperando que nos digan sus sensaciones. El otro día, en la Embajada de Suecia me dijeron que la caseta de los países nórdicos había funcionado muy bien. Cuando tenga el informe final, veremos si el año que viene perseveraremos o corregiremos.
El año próximo que se supone que es el último, ¿le gustaría continuar o volver al periodismo activo, tertuliana, nuevo libro…?
– Mi contrato es para tres ediciones. La Feria del Libro es algo muy grande, un trabajo muy bonito. Ya tengo una edad en la que estoy pensando más en retirarme que en retomar carreras perdidas o iniciar nuevos caminos. Dicho esto, primero depende de quienes me contrataron: el gremio de libreros, que estén contentos con la labor hecha; también de que salgan o no algunas cosas; y de que yo tenga ganas o no de seguir, porque es mucho trabajo. No sé, quizá sea un ya veremos esperanzado. Sea lo que sea, me gustaría llegar a la próxima edición con la decisión tomada por ambas partes.
Hemos hablado de leer. ¿Libro tradicional, libro digital, audiolibro? Si hay que elegir se queda…
– Sin duda, el libro. Siempre llevo uno, aunque pese, menos en lo viajes. Lo que sí leo siempre en e-book son libros en inglés o francés por una razón muy sencilla: el diccionario. Cuando hay una palabra que no sé pongo el dedo encima y me la traduce. Leo peor en el libro electrónico, me entero menos, y me cuesta mucho recuperar algo que he leído antes. Creo que es generacional. Empecé a leer el libro en papel y moriré leyendo el libro en papel.
Una amiga me contaba feliz que había una aplicación que escribe y cuenta cuentos. ¿Vamos a saber manejar la Inteligencia Artificial?
– ¡Ay, madre! (ríe). Vamos hacia eso, es evidente. Tengo una edad, una vez más, que a lo mejor no veo ese futuro. Yo a lo único que aspiro es que me que me digan exactamente quién está detrás. Puedo pensar que hay una inteligencia artificial convenientemente alimentada por seres humanos que escribe una novela, un cuento o una poesía, y que me puede llegar a gustar, ¿por qué no? Pero quiero saber si lo ha escrito una máquina o un ser humano. Me parece mal engañar. Hace poco vi una fotografía ganadora de un concurso, estaba hecha con Inteligencia Artificial, era un prodigio, pero en parte las instrucciones las había dado una persona… Afortunadamente, creo que no me va a tocar ese mundo (ríe).
Vuelve a hablar de la edad… Si pudiera ir a su ayer, ¿que no haría y que le gustaría hacer que no haya hecho?
– Por decirlo en positivo, todo lo que he hecho me ha servido y, por supuesto, que he metido la pata y he tenido trabajos que no me han gustado y he cambiado…, pero, sin todo eso, no estaría aquí ni sería como soy. Empecé a trabajar con 19 años. Llevo muchos años trabajados y cotizados. Afortunadamente, y eso sí que tiene que ver con mi carácter, no he tenido una carrera lineal. Entiendo que hay gente que se mete en un camino y prospera. Mi camino, en realidad, es un continuo zigzagueo. Me gusta dejarme llevar, a veces me salió mejor y a veces peor, pero en general he tenido suerte. ¿Qué me gustaría hacer? Coger mi furgoneta y salir huyendo (ríe).
Nos vamos a su época de corresponsal, a Moscú. A su libro “Rusia en la encrucijada”, escrito con Sara Gutiérrez en el 97 ¿Qué nos dice de aquella Rusia y la de hoy en guerra con Ucrania?
– Hace poco releí parcialmente el libro porque ando con un proyecto que me hace volver a Rusia y, para mi sorpresa, hay cosas que no tienen sentido, datos que no valen, pero buena parte de lo que está pasando ahora está ahí, porque, y que nadie entienda esto como una justificación de la guerra porque nada justifica la invasión en ningún caso, el germen de todo está en los primeros años de Putin. En septiembre entrevistaré a Giuliano da Empoli, politólogo italiano que vive en Francia y que ha escrito el ensayo “Los ingenieros del caos” y la novela “El mago del Kremlin”. Cuenta la historia de un supuesto asesor de Putin. Cuando lo lees, pienso que muchos de estos comportamientos y de estas actitudes estaban ya entonces. Él también explica que, en la época de Yeltsin, que yo viví en Rusia, se siembra la base sobre la que Putin ha construido su “dieta blanda” o llámala como quieras.
Entonces, ¿no le pilló de sorpresa la invasión?
– Cuando viví en Rusia, fui sin nada y sin saber una palabra del idioma. Empecé a trabajar con un periodista ruso que también era intérprete. Recuerdo preguntarle, insistentemente, ¿por qué hacéis esto? ¿Por qué hacéis lo otro? ¿Por qué aquí o allá? Su respuesta siempre era: “Porque esto es Rusia y somos una gran potencia y actuamos así”. Ese orgullo no es la única explicación, pero es buena parte de la explicación. Es el orgullo de un país que se sabe gran potencia y se sabe maltratado y el maltrato que le ha dado Occidente, que probablemente no perdió la oportunidad de humillar al coloso hundido. Putin, en el poder, no sé si llegó con la idea preconcebida, pero si no fue así, la entendió al minuto y recuperó ese orgullo ruso. El nacionalismo exacerbado es parte fundamental del mandato de Putin y de la recuperación de un país que vivió a Yeltsin y sus políticas neoliberales, la creación de las mafias y el empobrecimiento brutal de generaciones de gente que había vivido pensando que estaban construyendo un futuro mejor… La gente necesitaba una llama y Putin la ha levantado con gran éxito para su proyecto.
Otro de sus libros: “La segunda oportunidad”. ¿Cuántas oportunidades hay que dar y uno debe darse?
– Todas. No me gustan los discursos tipo que hay que fracasar para triunfar. Creo que no es así y no me gustan tampoco los libros de autoayuda, éste no lo es, que ponen sobre el individuo toda la carga de la prueba. Yo creo que, si tú has tenido suerte en la vida, tú has tenido mérito para esa suerte, pero probablemente has disfrutado de otras circunstancias: la familia, haber nacido aquí y no en un país con peores condiciones, la salud… No todo depende del individuo, pero lo que sí que creo firmemente es que no nos debemos dejar desanimar y que, efectivamente, fracasamos y nos volvemos a levantar. Este libro tuvo gracia, me lo encargaron en un momento en el que me acaban de despedir de un diario digital. Todos necesitamos una segunda oportunidad. Hay gente que la aproveche y gente que no. Pensar que los que triunfan lo hacen sólo por sus muchos méritos y que las circunstancias no tienen nada que ver es un discurso que no se ajusta a la realidad.
Siempre ha defendido, y rescatado, a las mujeres. Obvio que hemos avanzado, pero ¿qué destacaría que aún falta por conquistar?
– La conciliación. Yo, que no tengo hijos, me asombro al escuchar hablar de la conciliación como algo que sólo atañe a la mujer. Para mi madre, que no trabajaba, era mucho más fácil que para las madres de ahora. Tiene que ver con la educación. Las mujeres seguimos teniendo una especie de carga extra que asumimos nosotras, no sé si gustosas, pero con una cierta fatalidad. Si hay hijos, los tenemos que cuidar más nosotras, acudimos a las reuniones con los profes, a las actividades extraescolares, los llevamos al médico… Es lo que veo a mi alrededor. Los hombres no han cambiado, y las mujeres siguen asumiendo ese trabajo. Cuando fui, porque no me mandaron, de corresponsal a Londres, las mujeres corresponsales éramos solteras. No conocí a ninguna corresponsal que hubiera salido de España arrastrando a su marido e hijos, pero sí al revés. La suerte, el nacimiento, la educación, tus circunstancias, tu salud juegan un papel en la vida, pues en el desarrollo de las mujeres pasa lo mismo, si no hay conciliación es muy difícil y tiene que ser para que hombres y mujeres se repartan la tarea; para ello, las estructuras sociales tienen que ayudar.
¿Cómo definiría la situación que estamos viviendo a nivel internacional, nacional y personal?
-Diría que vivo en una isla de calma personalmente, en comparación con la zozobra que nos rodea en todos los ámbitos, da igual que hablemos de política internacional, situación económica, desafíos del futuro como la Inteligencia Artificial… La sensación que tengo es que el suelo se mueve constantemente bajo nuestros pies. Lo que ocurre es que, con mis años, mi posición y mis expectativas vitales, probablemente, me importa o afecta menos que a una persona que tenga cinco churumbeles o una hipoteca. Soy una privilegiada.
Vuelve a hablar de la edad, ¿le agobia el paso del tiempo?
– Me hago mayor y nos agobia todo un poco. Mi madre murió en diciembre, de pronto piensas que estás en primera línea. En mi familia soy la mayor y, por tanto, debería ser la siguiente. No he tenido crisis de los 40 ni de los 50 ni siquiera de los 60. Soy una persona ambiciosa lo justo y de buen conformar. No sé si es bueno, pero soy así. Si mañana me dijeran dejas de ser la directora de la Feria del libro, igual me sentiría dolida, pero, créeme, me duraría 24 horas. Me ambición no es figurar o estar en un puesto de responsabilidad pública, si estoy, intento estar a la altura. La vida no es solo lo que haces ahora. Cuando cumplí 30, esto sí que son batallitas, me entró una especie de crisis, era el año 92, llevaba tres años y medio de corresponsal y lo dejé todo, y me fui a viajar. La gente me decía que estaba loca, que me iba a aburrir. No recuerdo en los seis meses que estuve con una mochila al hombro haberme aburrido ni un solo minuto. No sé si es valentía, pero tengo la seguridad de que hay otras vidas. No me importa perder el tiempo y, en determinadas circunstancias, eso juega a mi favor.
El periodismo ha cambiado mucho. Pese a todo, ¿diría, como García Márquez, que es el mejor oficio del mundo?
– Para mí, sin duda. El periodismo, al menos el periodismo que yo he practicado ha sido un periodismo no ceñido a una única sección o redacción. Empecé en programas, pasé informativos, pero no pasé nunca por una redacción, jamás he hecho información política en el Parlamento, pero he estado en tertulias. Es lo más parecido a ser actor, es decir, a vivir varias vidas y eso lo tengo que agradecer. Mis años de corresponsalía fueron siete másteres; los tres años en Rusia, viví cosas que jamás hubiera podido vivir, y eso se lo debo al periodismo, o por lo menos a su ejercicio. Este periodismo tiene algo muy bonito que es que no eres especialista. Mi abuela decía: “Aprendiz de todo, maestro de nada”. Yo soy muy eso. Una corresponsalía en París te dará la opción de cubrir el Festival de Cannes, después irte a París y hacer y retransmitir la final de Roland Garros, he cubierto una cumbre de la OTAN… y lo haces todo como si supieras, pero en realidad el periodismo es un continuo proceso de asombro y aprendizaje. Para mí, el ejercicio del periodismo tal y como yo lo he vivido ha sido aprender. Aprender lo que veía aprender y volver a aprender. Y en el caso de las corresponsalías, contar lo que estaba viendo. Ahora, con Internet, esto ha perdido valor, pero en un tiempo en el que poca gente había vivido en Moscú y no había redes sociales ni Wikipedia, contar lo que tú estabas viendo me parecía el mejor de los trabajos. Creo que soy buena periodista en eso, en contar lo que veo, pero nunca he sido buena periodista de investigación o de actualidad. Esa parte no me ha interesado nada.
De todos esos momentos vividos, dígame uno clave en su carrera periodística.
– He vivido tantos. La catástrofe en un estadio en Gran Bretaña donde murieron más de 80 personas aplastadas; la muerte de Lady Di en París; el bombardeo de la Casa Blanca en Moscú… Estando en Moscú se celebró el 50º aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. Allí estábamos los corresponsales y también los enviados especiales desde Madrid porque había venido Felipe González para participar en los actos. Me recuerdo en el hotel Metropol junto a mis compañeros. Era la crisis del fletán con Canadá. También la negociación de los Pactos de Toledo que a los corresponsales de entonces nos parecía una cosa medieval o visigoda, no teníamos la información al día, ni periódicos diarios ni radio, nada y los medios mandaron a periodistas para que preguntaran a Felipe González. Entonces pensé que había dos tipos de periodismo. Yo estoy seguramente en el menos informativo, pero en el lado que me gusta.
Acabemos. Sé que entre sus pasiones está la de viajar. Si pudiera hacer maletas esta tarde y salir ¿cuál sería su destino?
– Yo diría que es la pasión. Me iría con mi furgoneta, no me hace falta ni hacer maletas, la tengo cargada de ropa informal e incluso latas (ríe). Es una furgoneta casa. Pequeñita, con baño, cocina y llevo sudaderas y zapatillas de deporte. Tengo un viaje pendiente: la costa norte europea, desde Coruña hasta las repúblicas bálticas. Confío en hacerlo algún día. También con mi furgoneta iría a la playa de Merón, cerca de San Vicente de la Barquera, que es lo más parecido al paraíso. Y previsto, a Costa Rica. Iré en verano. Espero. Información vía Atalayar.